SOBRE LAS MESAS DE CONVERGENCIA - DIVERGENCIA

 OS ADJUNTAMOS LA CONVERSACIÓN EPISTOLAR ENTRE CARLOS TAIBO Y ALGUNAS DE LAS PERSONAS QUE PROPONEN LAS MESAS DE CONVERGENCIA.



Mesas de convergencia: ¿por qué no he firmado?
   
 
21/02/2011 | Carlos Taibo | Crisis - Sindicalismo |
www.carlostaibo.com (21 de febrero de 2011)
 
Sabido es que el pasado día 19 de febrero se celebró en Madrid una concurrida reunión que pretendía ser la señal de partida de un proyecto ambicioso: las mesas de convergencia. Son varios los amigos que me han preguntado si he suscrito la convocatoria correspondiente, como son varios los que, sabedores de que no lo había hecho, han deseado conocer mis razones. Intento explicarlas a continuación, no sin antes expresar dos cautelas. Si la primera me obliga a certificar que entre los promotores de las mesas hay gentes respetables, personas ingenuas y arribistas genuinos, la segunda reclama que subraye que mi juicio de estas horas lo es en exclusiva sobre el sentido general de la convocatoria, y no prejuzga lo que ésta, con el paso del tiempo, pueda dar de sí.

1. Empezaré señalando que la propuesta programática vertida en la convocatoria que nos ocupa tiene un no ocultado cariz socialdemócrata. No aspira a nada más que a reconstruir la regulación perdida y, con ella, a preservar nuestro maltrecho Estado del bienestar. En tal sentido es llamativo que los promotores de las mesas se autodescriban a menudo como antineoliberales y eludan visiblemente el término anticapitalistas. Con estos espasmos de moderación, ¿esperan ganar para la causa de la movilización a muchos votantes socialistas o se trata, de manera más llana, de que no ven ningún horizonte fuera del capitalismo? A quienes seguimos subrayando que hay que ir más allá de la contestación del neoliberalismo es común que se nos diga que somos una vanguardia sin seguidores. Esquivaré ahora la réplica que la afirmación anterior merece para subrayar lo que se antoja evidente: quienes razonan ahora en los términos reseñados nos están lanzando el mismo argumento que los prebostes del PSOE han utilizado contra ellos durante los tres últimos decenios. Creo firmemente, de cualquier manera, que un programa de mínimos no tiene por qué ser un programa socialdemócrata.

2. La condición hipermoderada del diagnóstico y de la propuesta vertidos en las mesas guarda muy estrecha relación con la ausencia, en uno y en otra, de cualquier consideración, ni seria ni liviana, de la crisis ecológica. Qué patético es al respecto que a estas alturas los promotores de esa iniciativa sigan hablando de desarrollo sostenible. Permítasenos subrayar lo que con el paso de los meses se irá haciendo cada vez más evidente: hoy es la constancia de la hondura de la crisis ecológica lo que promueve en lugar principal --junto con la contestación, claro, de la dimensión de explotación, exclusión y jerarquización del capitalismo-- una contestación franca a ineludible de este último.

3. En un terreno más coyuntural, lo que más destaca en el argumentario que se ha hecho valer para justificar la creación de las mesas es un sorprendente, y frecuentísimo, intento de exculpar a los sindicatos mayoritarios una vez certificada su conducta de las últimas semanas. Debo confesar que en este caso me equivoqué cuando, a finales de enero, concluí que el acuerdo suscrito por esos sindicatos con el Gobierno español tenía al menos la virtud de dejar las cosas claras en lo que respecta a la lamentable condición de los primeros. Veo ahora que desde los círculos antineoliberales, que lanzan a los cuatro vientos sus mesas en un local de Comisiones Obreras, se emiten opiniones que desmienten el buen sentido de mi apreciación. Ahí están las que señalan que los sindicatos han hecho lo que han podido, o las que aseveran que al cabo el acuerdo alcanzado --el pensionazo-- no es tan malo. Entre el catálogo de opiniones patéticas enunciadas hay, con todo, una que despunta: la que sugiere que los sindicatos mayoritarios no han podido hacer más de resultas de su escasa capacidad de movilización. Como si esta última no fuera la consecuencia inevitable de muchos años de renuncia a la lucha y a la contestación, casi tantos como los que han marcado la sumisión a las políticas oficiales y la dependencia con respecto a los recursos públicos (¿alguien tiene conocimiento, por cierto, de la existencia de dimisiones, en las últimas semanas, entre los cuadros de CCOO y UGT?). No ha faltado en estos días, en suma, alguna estéril elucubración sobre el venturoso papel que han de desempeñar en el futuro las bases de esos sindicatos. Hay quien, al parecer, prefiere mirar hacia otro lado; es, evidentemente, más cómodo que asumir una autocrítica en toda regla.

4. Debo recordar, en fin, lo que algunos parece que no saben: entre los convocantes de las mesas hay personas que no han dudado en apoyar de manera franca el pensionazo. Que semejantes personas no tengan ningún problema en sumarse a esta iniciativa dice mucho de su condición, como lo dice de la de quienes acogen a estas gentes sin mayor quebranto. La conclusión parece servida: uno puede respaldar el pensionazo y mantenerse cómodo, sin embargo, dentro de las huestes antineoliberales. Para calibrar qué es lo que piensan muchos de quienes se han opuesto al acuerdo suscrito por Gobierno y sindicatos mayoritarios recomiendo encarecidamente la lectura del foro que siguió a una entrevista a Fernández Toxo difundida por el diario Público. No parece que la abrumadora mayoría de quienes terciaron en ese foro puedan sentir mayor simpatía por lo que proponen los promotores de una iniciativa que, al menos en su formulación inicial, se caracteriza por su nula voluntad de cuestionar de raíz las miserias que hoy nos acosan.
 



Mesas de convergencia : Respuesta a Carlos Taibo

Artículos de Opinión | Armando Fernández Steinko, Jorge García Castaño, Carlos Martínez, Rafael Pillado, Juan Torres, Roberto Viciano | 03-03-2011 | facebook yahoo twitter
Al compañero Taibo y otros anticapitalistas de buena voluntad
El compañero Carlos Taibo ha expresado su opinión sobre la iniciativa de las mesas de convergencia ciudadana, una iniciativa de hondo calado que pretende aglutinar a sectores amplios de la población en torno a un programa mínimo antineoliberal. Sus opiniones no tienen un valor sólo individual, sino que podrían reflejar el estado de ánimo de algunas personas potencialmente interesadas en este proceso. A nuestro amigo Carlos, pero sobre todo a estas últimas, van destinadas las siguientes reflexiones :
1. Taibo argumenta que la propuesta programática vertida en la convocatoria tiene un “cariz socialdemócrata” lo cual se demuestra, por ejemplo, en la elección del término excesivamente moderado de antineoliberal frente al de anticapitalista. En primer lugar el llamamiento no es exactamente una propuesta programática como la que pudiera proponer un partido. Se trata, por el contrario, de una plataforma mínima común destinada -eso es lo esencial- a agrupar a gente de un espectro social y político relativamente amplio, gente que no sólo esté verbalmente dispuesta a impugnar la salida neoliberal a la crisis, sino que además ha tomado conciencia de que esta es un asunto práctico y urgente. Ha tomado conciencia, en definitiva, de que es necesario movilizar no a un par de cientos o miles de ciudadanos muy conscientes, sino a unos cuantos cientos de miles o incluso a millones de ciudadanos para conseguirlo. Los que participan en este proceso probablemente tienen ideas distintas sobre muchas cosas, pero hay una importante que tienen/tenemos todos en común : sabemos que la historia la hacen las mayorías sociales y por eso no nos sorprende lo que está sucediendo en el norte de África. Y esto, a pesar de que muchos seguramente no han leído nunca un solo clásico de la izquierda alternativa ni probablemente lleguen a hacerlo en su vida. Esto no quita para que muchas de sus intuiciones estén más próximas a ellos que a las de algunos respetables eruditos. Aquella parte de la izquierda alternativa que no se conforma con las palabras necesita operar con el material empírico de un capitalismo concreto y particular. Y este se llama justamente “neoliberalismo”, el trozo de capitalismo que nos ha tocando vivir a nosotros, un término consensuado por la mayoría de los economistas y sociólogos críticos que está permitiendo formar grandes alianzas sociales y políticas. No es casualidad : la palabra neoliberalismo explica muy bien la involución social que se consiguió imponer en todo el mundo por medio de la financiarización y la desregulación de la economía. Al hacer alusión a una realidad empírica, el término neoliberalismo da nombre a algo transformable en la realidad mientras que el término “capitalismo-en-general” sólo alude a un concepto que sólo subsiste en el ambiente amable de los ciclópeos debates teóricos y de las kilométricas escaramuzas nominalistas.
2. El argumento del contenido excesivamente “socialdemócrata” del llamamiento se deriva de una vieja cuestión. En realidad es la misma que surge una y otra vez en los ambientes de la izquierda alternativa cuando esta debate la relación entre lucha contra el neoliberalismo y anticapitalismo y que tiene que ver con la vieja relación entre reformismo y rupturismo. Cuando el capitalismo se entiende como una cosa lógico-conceptual, como “capitalismo-en-general”, la política se reduce a revelarle a las mayorías su modo de funcionamiento y a darles un par de buenas ideas con el fin de que un golpe revolucionario abra la puerta a una sociedad mejor Si, por el contrario, el capitalismo se entiende como una realidad en la que se van creando las condiciones para una sociedad más justa y sostenible, se trata de rebuscar las semillas de ese futuro en las personas que compartimos este presente, de agruparlas con el objetivo de crear un bloque social alternativo dotado del suficiente poder para crear otra cosa. Las circunstancias son las que dictan si se debe hacer en sucesivos procesos de reforma o en avances más rápidos y repentinos. En cualquier caso también las semillas plantadas en los tiempos del capitalismo regulado, que consiguió darle una vida digna a las mayorías en ciertos países, son eslabones perfectamente insertables en este largo y complejo proceso de lucha contra el neoliberalismo por mucho que el proyecto socialdemócrata tuviera graves contradicciones e insuficiencias. Por tanto, no se trata de denostar a la socialdemocracia en extinción, sino todo lo contario, se trata de resucitar sus semillas aprovechables de la misma forma que hay que resucitar todas las semillas sembradas por los proyectos emancipatorios a lo largo de la historia, y también de desechar las inservibles. El sectarismo formaría parte de este segundo lote.
3. No se trata entonces de un problema de “espasmos de (hiper)moderación” frente a la solidez vanguardista de la “(ultra)radicalidad”. Es algo mucho más profundo que todo eso. Se trata de optar individualmente entre dos posicionamientos : o bien por ver las cosas desde el ángulo lógico-teórico o de hacerlo desde una visión histórico-práctica, de ver hacinamientos, desempleo, falta de crédito para las PYMES, destrucción ambiental y necesidad de empoderamiento de la ciudadanía antes que definiciones y conceptos. Lo que reivindica este movimiento ciudadano no es la política de la lógica, sino la política de la historia, no la vida de las palabras sino la vida de esas personas que viven, aman, sufren y trabajan en el Estado español hacia principios del año 2011. Este mismo razonamiento se puede aplicar a las críticas vertidas por Taibo al uso de la palabra “sostenible” o de cualquier otra que pueda resultar sospechosa en el laboratorio de las ideas. Otra vez la titánica lucha mental por el concepto antes que la modesta, sufrida y capilar lucha real para dejar atrás un sistema político que no deja opinar a los ciudadanos, para dejar atrás una civilización que es social- y ambientalmente ruinosa.
4. El tema sindical. No hay nada en el llamamiento que exculpe a los sindicatos y su posicionamiento en el tema de las pensiones, es claro y contundente en este asunto sin por ello tener que entrar a valorar el acuerdo firmado por los sindicatos. Pero no lo hace, además, primero porque el movimiento sindical -y también ese local de su propiedad- es una parte sustancial de la izquierda de este país, movimiento amplio y complejo que no se debe reducir en ningún caso a un acuerdo firmado por sus direcciones en un momento determinado. Segundo porque antes de firmar el acuerdo los sindicatos se habían sumado a esta iniciativa y no se puede descartar que acaben haciéndolo reconociendo implícita- o explícitamente el error cometido con la firma del acuerdo. Y tercero porque sólo es posible impugnar el neoliberalismo sumando actores, sólo es posible sumar actores llegando a acuerdos parciales y sólo es posible llegar a acuerdos parciales si entiendes que la otra parte no es un enemigo esencial y definitivo de tu propia causa sino que, a pesar de las diferencias, sigue habiendo cosas importantes que te unen a ella. Hacerlo de otra forma es dejar que sea el estómago el que piense y diseñe, y no la cabeza o el sentido de la perspectiva.
5. Por fin nos gustaría pedirle a Carlos, y a todas las personas como ellas que abracen la causa de la justicia, la solidaridad y la sostenibilidad, respecto para con aquellos que estamos intentando cambiar el mundo con todas nuestras insuficiencias. La crítica de Taibo es de agradecer, nos obliga a pensar, a posicionarnos y a definir zonas aún pocos elaboradas de nuestro proyecto que son seguramente muchas y por eso le invitamos a que sea nuestro cómplice desde la distancia que él tenga a bien. Pero no nos engañemos : por una simple cuestión de economía del tiempo a veces tenemos que prescindir de los placeres que abren la lectura de textos bellos y coherentes, llenos de chisposas metáforas y sutiles giros verbales pero irremediablemente alejados de la realidad cotidiana de la mayoría de los hombres y de las mujeres explotados, hacinados, angustiados y humillados de este país, que son los que más nos preocupan e interesan. Algunas personas de buena voluntad tal vez no tengan esa aguda e intachable conciencia “anticapitalista” que sería de desear. No es ninguna casualidad pues el neoliberalismo es una auténtica trituradora de sensibilidad social e implicación política. Pero muchos de los que estamos convencidos de la necesidad de una organización solidaria de la economía y de la sociedad, así como de un sistema político mucho más participativo y próximo a los ciudadanos, pensamos que al principio no está el “verbo” (anticapitalista) como dice el Génesis, sino el “hecho” (antineoliberal) como dijeron Goethe, Marx y gente así de interesante. Respetamos los argumentos de Carlos y sería estupendo tenerlo entre nosotros. Pero te pedimos que entiendas que para nosotros todo esto es mucho más que un simple argumento, es más complicado, delicado y arriesgado. Aunque también mucho más divertido y enriquecedor : es una iniciativa práctica para intentar cambiar efectivamente el mundo y no sólo para interpretarlo. Te esperamos.


Sobre las mesas de divergencia. Una réplica, cariñosa, a seis amigos antineoliberales de buena voluntad
   
 
07/03/2011 | Carlos Taibo | Izquierda - Sindicalismo |
www.carlostaibo.com (7 de marzo de 2011)
 
El 21 de febrero difundí por la Red un texto en el que señalaba mis diferencias con respecto a las llamadas "mesas de convergencia". Hace unos días mi buen amigo Armando Fernández Steinko me envió una réplica en la que él y otros cinco colegas --Jorge García, Carlos Martínez, Rafael Pillado, Juan Torres y Roberto Viciano-- contestaban de manera cordial a mis argumentos. Los dos trabajos pueden encontrarse sin dificultades en la Red. Consúltense para ello, y por ejemplo, http://www.carlostaibo.com/articulos/texto/?id=320 y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123487.
En el primero de los dos textos mencionados, el mío, señalaba que entre los convocantes de las mesas de convergencia hay, a mi entender, personas respetables, ingenuos incorregibles y consagrados arribistas. Debo dejar claro desde ya que mis seis interlocutores de estas horas se encuentran, sin ningún margen para la duda, en la primera de esas categorías. Bastará con recordar al respecto que, frente a lo que suele ser habitual en estos pagos, no me acusan de sembrar la división sino que, antes bien, se muestran propicios a un debate que nadie ignora es cada vez más urgente.
Van a permitir esos colegas que confiese, eso sí, que el texto que han decidido suscribir me trae a la memoria los hábitos propios de las lecturas de tesis doctorales. Se inician aquéllas con cálidas felicitaciones al doctorando, que se hacen extensivas a sus familiares presentes en el acto. Prosiguen con la prolija enunciación de sesudas diferencias que el doctorando a duras penas acierta a entender --qué ocurrirá con sus familiares--, para rematar con una exaltación de la amistad tanto más necesaria cuanto que se supone que el doctorando, que ha dejado de serlo, habrá de invitar a una comida, comúnmente copiosa e indigesta.
Humoradas aparte, no me resisto a reproducir lo que uno de los convocantes de las mesas de convergencia --persona poco dada a la confrontación y que, por ello, prefiere guardar el anonimato-- me dice en un mensaje que me ha llegado hace unas horas: "Querido Carlos. Leí unos días atrás tu crítica de las mesas. Aunque lo que dices en ella merece atención, preferí darle una oportunidad a un proyecto respetable e ilusionante. Debo confesar mi perplejidad ante los argumentos que emplean, en un texto que he conocido hoy mismo, varios de mis colegas convocantes. Creo que lo menos que se puede decir es que tu diagnóstico de los problemas de las mesas se quedaba corto. No sé si piensas responder a ese escrito. No te enfades con lo que te digo a continuación: aunque no dudo de tus cualidades intelectuales, la mejor contestación a ese texto es la que pasa, sin más, por difundirlo".

1. Sobre deberes y marginalidades. Aunque poca importancia tienen aquí las personas singulares, hago un resumen del retrato que mis seis interpelantes realizan, entre líneas, de la mía: no soy un mal tipo y escribo a menudo hermosos y eruditos textos que probablemente leerán con gusto, dentro de unos decenios, a sus bisnietos. De manera lamentable, y sin embargo, de un tiempo a esta parte me he dejado llevar por un incipiente sectarismo y vivo fuera de la realidad, en una marginalidad que me he ganado a pulso de la mano de la vacía radicalidad de mis pensamientos.
Pues vayamos por partes. Lo primero que debo reconocer es que no represento a nadie. En realidad tengo problemas graves para representarme a mí mismo. Pese a ello, y por una vez, enunciaré mi firme convicción de que las opiniones que vertí en el texto que está en el origen de esta polémica son compartidas por muchas gentes, y entre ellas por numerosos militantes de las organizaciones en las que trabajan, con intachable dignidad, algunos de mis interpelantes. Hay dos frases que nuestros dirigentes políticos suelen pronunciar y que de siempre me han provocado sonrojo. Si la primera es esa que reza que "España es un gran país", la segunda, la que ahora hace al caso, es la que afirma que "a los ciudadanos hay que hablarles de lo que les preocupa". Pues no es verdad: a los ciudadanos hay que hablarles de lo que les preocupa y, sobre todo, de lo que sorprendentemente no les preocupa. Hay que hablarles de sus derechos sociales, laborales y sindicales, pero hay que hacerlo también, y con la misma intensidad, de los derechos de los pueblos del Sur y de los de las generaciones venideras.
Lo digo porque mi impresión, ya no tanto derivada del frugal texto de convocatoria de las mesas de convergencia, sino anclada en la observación de lo que ocurre entre nosotros desde mucho tiempo atrás, es que esos discursos que dicen estar a pie de suelo al final lo que hacen es, no sin paradoja, provocar el hundimiento del suelo que pareciera sustentarlos. Llevados del deseo de forjar amplias mayorías --"cientos de miles, e incluso millones de ciudadanos" están convocados a ello por mis interlocutores--, lo que forjan son estériles consensos que se levantan, pese a las buenas intenciones, sobre los cimientos de la miseria en la que vivimos. Qué no decir, en fin, de un hábito que se ha instalado cómodamente en muchas gentes de la izquierda oficial --no hablo ahora, dejémoslo claro, de mis seis colegas-- y que invita a denostar a los que viven en la marginalidad y en la radicalidad, en abierto olvido de que quienes echan mano en estas horas de semejante diatriba la han padecido durante decenios, enunciada una y otra vez por los dirigentes de un partido que ni es socialista ni es obrero, aunque sea orgullosamente español.

2. Sobre el antineoliberalismo. Siento ser responsable, siquiera parcial, de esa fastidiosa discusión terminológica sobre antineoliberalismos y anticapitalismos. No sé si a estas alturas tiene sentido recordar lo obvio: mientras los anticapitalistas somos inevitablemente antineoliberales, entre estos últimos se encuentran muchos que aceptan sin rebozo la lógica de fondo del capitalismo. Y digo que no sé si tiene sentido porque mis interlocutores, que llamativamente porfían en describirse, sin más, como antineoliberales, han echado mano de una sesuda teorización que a buen seguro atraerá --permítaseme la ironía por una vez-- a muchos de esos millones de personas que esperan convocar. Cito literalmente: "Al hacer alusión a una realidad empírica, el término neoliberalismo da nombre a algo transformable en la realidad mientras que el término 'capitalismo-en-general' alude a un concepto que sólo existe en el ambiente amable de los ciclópeos debates teóricos y de las kilométricas escaramuzas nominalistas".
Para comprender lo anterior, y como sin duda lo hará cualquier ciudadano común, he acudido presuroso a recuperar mis siempre superficiales lecturas de Kant y de Husserl. No culpemos a estos dos, con todo, de mi conclusión: el capitalismo no es una realidad empírica --dicen mis interlocutores-- o, lo que es lo mismo, no existe. Como quiera que todo es neoliberalismo, cuando acabemos con éste y reconstruyamos la regulación perdida habremos acabado con el capitalismo. ¡Caramba! En provecho de un argumento como el citado, que obviamente no nace de ningún ciclópeo debate teórico, ni siquiera puede invocarse la idea de que con él atraeremos a más gentes. Y es que ese pueblo llano al que parecen remitirse siempre mis interlocutores entiende perfectamente qué significa contestar el capitalismo, aun cuando dudo comprenda lo que significa oponerse al neoliberalismo. Es verdad, eso sí, que lo del antineoliberalismo tiene una ventaja: no le da miedo a nadie, toda vez que nadie sabe muy bien lo que significa. Certifico, en cualquier caso, que la convocatoria de las mesas no era tan abierta como se nos vendió: al parecer ya estaba decantado que, al calor del programa mínimo que se postulaba, el capitalismo carece de realidad empírica.

3. Sobre los Estados del bienestar. Admito, aun así, que, bromas aparte, la discusión anterior mucho tiene de nominalista y por ello la dejo, sin más, en el olvido en busca de aquello que, ahora de verdad, explica nuestras diferencias. Aparquemos, pues, sesudas disputas sobre teorías, palabras y ciclópeos esfuerzos para sopesar la que al cabo es la propuesta monocorde de mis interlocutores: la que habla de la necesidad imperiosa de defender los Estados del bienestar.
No soy, pese a lo que sugieren mis colegas, un fundamentalista, y me permito adelantar que poco, más bien nada, tienen que ver nuestras diferencias con la manida cuestión de la colisión entre reformismo y rupturismo. Y digo que no soy un fundamentalista aunque, vaya por dónde, la defensa de los Estados del bienestar --curioso término éste, por cierto, que embellece gratis la realidad correspondiente-- no ha sido nunca la niña de mis ojos. Creo que los Estados del bienestar son inseparables de un sistema que me repugna --el capitalismo--, que llamativamente, y no por casualidad, sólo han adquirido carta de naturaleza en los países del Norte y que se asientan en una forma política que por razones que ahora no vienen al caso no es la mía. Si alguien me señala, sin embargo, a tono con lo que defienden mis amigos antineoliberales, que no es momento para andarse con remilgos en relación con cosas muy serias, aceptaré de buen grado que tiene razón. Y me permitiré recordar que el ambiente amable del mundo sindical que considero es el mío, el de la CGT y la CNT, no se caracteriza precisamente por renunciar a la defensa de los derechos sociales y laborales (no puedo decir lo mismo, eso sí, de lo que han hecho desde tiempo atrás, y en el ambiente infernal de los pasillos de los ministerios, las direcciones de CCOO y UGT).
¿Cuál es, entonces, el problema? No sé que me da que el único trecho de mi comentario sobre las mesas de convergencia que ha hecho vacilar un momento a mis interlocutores es el relativo a la inexcusable incorporación, a cualquier proyecto serio de contestación y transformación, de la crisis ecológica (por lo que sé, alguno de mis seis amigos ha sentido un poco de vergüenza ante la reivindicación del "desarrollo sostenible" que se hacía en la carta de convocatoria de las mesas). Si la crisis ecológica no es objeto de incorporación cabal a un programa de mínimos que haga de la defensa de los Estados del bienestar su núcleo mayor, nos encontraremos ante una genuina estafa en lo que hace a los derechos de las generaciones venideras y en lo que se refiere a la necesidad urgente de poner en marcha los frenos de emergencia que eviten el abismo. De esto también hay que hablarle a la ciudadanía, y no sólo de salarios, empleos y pensiones. Y hay que hacerlo por una razón fácil de enunciar: ni es posible volver al capitalismo anterior a la desregulación neoliberal ni hay ningún motivo para legitimar ese capitalismo como si hubiese sido una realidad saludable. Lo dejaré claro: nunca he simpatizado con las rituales invocaciones a las bondades de la Constitución de 1978 que son tan comunes en el discurso de la izquierda biempensante, cabalmente plasmadas en esa defensa de "las conquistas sociales, democráticas y culturales de los últimos treinta años" que postula la carta de convocatoria de las mesas de convergencia.
Al final --lo confesaré abiertamente-- esto es lo único que me preocupa: qué bueno sería que los compañeros de las mesas de convergencia pusiesen manos a la tarea de aunar su irreprochable resistencia frente a las agresiones sociales y laborales con una contestación activa y cotidiana, desde ya, de los mitos del crecimiento y del consumo. No dudaría en respaldar un programa de mínimos de esa naturaleza en el que apareciesen recogidas también, y claro, muchas de las demandas que llegan de un discurso antipatriarcal casi siempre marginado y muchas de las que se derivan de la insorteable consideración de los derechos de los pueblos del Sur.
Que no se pongan muy contentos mis interlocutores cuando, en este momento, me lanzan la mano para confesar que nada tienen que oponer a lo que acabo de pedir. Porque, si ese programa de mínimos cobra cuerpo, no habrán de contar, para llevarlo adelante, con los sindicatos mayoritarios, hace mucho tiempo emplazados en otro escenario. Para sus dirigentes las palabras alienación y explotación --que tanto tienen que ver con la vida cotidiana de los trabajadores-- han desaparecido, la perspectiva de dejar atrás el capitalismo no existe siquiera como ideal y la exigencia de cierre de las centrales nucleares y de la industria de armamentos suena a música celestial. Cuando afirmo, de manera machacona, que esos sindicatos son pilares fundamentales del sistema que padecemos sé --creo-- de qué hablo.

4. Sobre la socialdemocracia. Como quiera que en cierto sentido está solventada de la mano de lo que acabo de decir, podría obviar la discusión que, sobre la socialdemocracia, proponen mis interpeladores. Pero no me resisto a reproducir la frase que a ese edificante proyecto dedican en su réplica. Dice así: "No se trata de denostar a la socialdemocracia en extinción, sino todo lo contrario. Se trata de resucitar sus semillas aprovechables de la misma forma que hay que resucitar todas las semillas sembradas por los proyectos emancipatorios a lo largo de la historia, y también de desechar las inservibles. El sectarismo formaría parte de este segundo lote".
Aunque, habida cuenta del escenario al que hemos llegado, admitiré de corazón que hoy Bernstein y Kautsky son venturosos y radicales socialistas, se me hace muy cuesta arriba describir como un proyecto emancipatorio la socialdemocracia que hemos conocido los que no somos tan jóvenes. Igual la relectura de Kant y de Husserl que he acometido estos días me permite concluir que a la hora de juzgar lo que históricamente ha sido la socialdemocracia debe pesar mucho más su deseo de anclar derechos sociales y laborales que su aceptación histórica de la inexorabilidad del capitalismo, su callada sumisión a las reglas de la seudodemocracia liberal, su respaldo permanente a filantrópicas alianzas militares, su responsabilidad en el expolio de los recursos humanos y materiales de los países del Sur o, en suma, su activa colaboración en agresiones sin cuento contra el medio natural. Celebro, aun así, que mis interlocutores consideren que la socialdemocracia es un proyecto en extinción. Es un argumento tranquilizador para quienes, sectarios empedernidos, piensan que más de uno se aprestaba, desde el antineoliberalismo, a tomar el relevo.
Parece que no está de más que agregue aquí una observación sobre algo que dicen en su réplica mis seis amigos. Hablan en determinado momento de cómo en el capitalismo --que ahora sí se percibe como una realidad: hay que revisar esta parte de su texto-- "se van creando las condiciones para una sociedad más justa y sostenible". Esquivaré la disputa relativa a lo que es una ambigüedad que arrastra inequívocamente la frase --la de si las condiciones deben emerger dentro y al servicio del capitalismo o los hechos pueden discurrir de otra manera-- para subrayar lo que a mi entender es evidente: quienes están creando esas condiciones son los activistas de los movimientos sociales críticos y del sindicalismo alternativo, y no los cuadros de las formaciones de la izquierda política ni menos aún los integrantes de unas burocracias sindicales que luego de treinta años han sido incapaces de forjar otra cosa que una modesta agencia de viajes y alguna iniciativa de promoción inmobiliaria. Las palabras autogestión y autonomía no sobran en ningún programa de mínimos.

5. Sobre "los sindicatos". Dicen mis interpeladores que me equivoco cuando sostengo que en la convocatoria de las mesas de convergencia se exonera a los sindicatos mayoritarios --"los sindicatos", en el lenguaje antineoliberal, toda vez que a los ojos de mis colegas no parece haber otros-- de su lamentable papel de las últimas semanas. Llevan razón: en realidad en tal convocatoria nada se dice de esos sindicatos, algo que a más de uno provocará, eso sí, cierta zozobra. El hecho de que con toda probabilidad el proyecto de las mesas estuviese ultimado antes de que CCOO y UGT respaldasen un acuerdo impresentable sobre pensiones obliga a descargar a los promotores de esas mesas de cualquier responsabilidad en lo que hace a un eventual propósito de ocultar las consecuencias estratégicas del acuerdo en cuestión. Siendo eso razonable, a algunos nos sigue pareciendo que algo, con todo, no encaja: quienes hasta finales de enero fueron de la mano de los sindicatos mayoritarios y respaldaron al efecto un programa de mínimos --pero que muy mínimos-- presuntamente adaptado a la necesidad de garantizar el apoyo de CCOO y UGT, parecen seguir en sus trece con el mismo programa, y eso que ahora los dos sindicatos mencionados han buscado el techo que mejor cobija.
Ocurre, sin embargo, que soy un lector empedernido. Poco inteligente, sí, pero empedernido. Y en mis manos cayó el día 18 de febrero un artículo que vio la luz en el diario Público. En él tres de los convocantes de las mesas --que, por cierto, se cuentan entre mis interlocutores de estas horas-- afirmaban lo que sigue: "A los sindicatos se les ha asignado injustamente la tarea titánica de enfrentarse al conglomerado de intereses financieros que ha conseguido imponer estas políticas. Puede considerarse que han cometido un error suscribiendo un acuerdo sobre pensiones que supone un paso atrás, un recorte de derechos y el reconocimiento de una derrota. Pero no se puede ignorar que han tenido que actuar sin apenas cobertura política y con un apoyo social insuficiente". Auguro que la mayoría de los promotores de las mesas de convergencia se sentirán molestos ante estas apreciaciones. Mientras, por un lado, los firmantes de ese artículo no tienen plenamente claro que deba repudiarse el acuerdo aceptado por los sindicatos mayoritarios --"puede considerarse que"--, en el mejor de los casos, y por el otro, estiman que remite a una suerte de error, esto es, a un disculpable y pasajero desliz. Como si los antecedentes de las cúpulas de CCOO y UGT no invitasen a concluir que lo que fue un desliz pasajero fue ese frívolo coqueteo de unos meses con la contestación, siquiera sólo fuera antineoliberal, del orden existente. Esto aparte, no puedo mostrar sino perplejidad ante un argumento mil veces emitido en las últimas semanas: el que, para rebajar la responsabilidad de los sindicatos mayoritarios, esgrime sus carencias --así, su liviana capacidad de movilización-- como si nada tuvieran que ver con el abandono por sus dirigentes, desde mucho tiempo atrás, de cualquier proyecto de lucha y de resistencia. A los ojos de algunos, y al parecer, la miseria que esos sindicatos han contribuido a forjar se convierte en paradójico elemento de exculpación de sus dirigentes.
Lo que no se puede negar a mis interlocutores es consecuencia en el argumento y, por añadidura, voluntad de revelar lo que no sabíamos. Al tiempo que nos recuerdan que "los sindicatos" son parte sustancial de la izquierda --la menos sectaria, sin duda--, por el otro pasamos a saber que en origen CCOO y UGT apoyaron la convocatoria de las mesas. Es lógico que desde quienes promueven éstas se hagan votos, sin más, por su retorno a ellas, como si nada hubiera pasado, ni a finales de enero ni en los últimos veinte años. Basta con que Fernández Toxo y Méndez reconozcan su error, aun cuando dejen sobre el terreno todas las secuelas que se derivan de haberlo cometido. Suerte ha tenido Marcelino Camacho al poder liberarse de la contemplación de todo esto. Aunque ya vio bastante en vida.

6. Sobre el programa mínimo. Supongo que a la luz de lo anterior queda suficientemente explicado por qué mis interlocutores no han respondido al cuarto punto de mi texto: el que recordaba que entre los convocantes de las mesas se hallaban personas que, de manera orgullosa o de forma vergonzante, habían dado su visto bueno al pensionazo. Me dirán que no están las cosas para andar pidiendo credenciales a quienes desean sumarse a una iniciativa. Aceptado. Quiero, sin embargo, preguntarme qué tipo de programa de mínimos es este que hace que algunos de los defensores del pensionazo se sientan cómodos en las mesas de convergencia, y que espera el regreso de quienes le dieron alas a un acuerdo antisocial y antiecológico, mientras muchos de quienes hemos rechazado el mentado pensionazo quedamos en una situación delicada y preferimos ver los toros desde la barrera.
Lo digo de manera muy simple: los promotores de las mesas tienen algún problema, y ese problema nace de que el programa de mínimos que alientan --que, como suele ocurrir, es su programa de máximos: no piden otra cosa que eso-- no sólo resulta, por lo que veo, innegociable. Es, también, literalmente inasumible.

7. Una invitación. Acabo. En el lugar en el que estamos no creo que nadie, hablando en propiedad, se equivoque. Los amigos que me interpelan defienden, y están en su derecho, un proyecto distinto del que yo tengo en la cabeza. No puedo sino desearles lo mejor y aguardar que abran espacios --sé que no son en modo alguno ajenos a ello-- a otras perspectivas que hoy por hoy les quedan lejos. Aunque esto sea irrelevante --ya he dicho que no me represento siquiera a mí mismo--, si así lo hacen no dudaré en reconsiderar muchas de las opiniones que he vertido en este texto.
Estoy seguro, por lo demás, de que encontraré a estos seis amigos en la manifestación estatal que, promovida por la CGT y otras organizaciones, se realizará en Madrid el sábado 12 de marzo por la mañana. Su lema, todo un inicio de prometedor programa mínimo, reza así: "Contra el pacto social: movilización y lucha. Por los derechos sociales y la justicia ambiental". Cuando la parafernalia de los discursos acabe, tendré mucho gusto en invitar a comer a estos compañeros, por los que no sólo tengo respeto: siento genuino aprecio personal. Sabrán tolerar, con certeza, una comida decrecentista.
 
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