Carlos Taibo. Antineoliberalismo y claudicación

ANÁLISIS: VALORACIÓN DEL PAPEL DE LA IZQUIERDA INSTITUCIONAL ANTES, DURANTE Y DESPUÉS DEL ACUERDO GLOBAL CON EL PSOE

Antineoliberalismo y claudicación

El autor critica la huida hacia adelante, subrayada por el pacto de las pensiones, de los sindicatos mayoritarios y la izquierda “antineoliberal”.

CARLOS TAIBO / Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Madrid
Lunes 21 de febrero de 2011.  Número 144
El acuerdo alcanzado, a finales de enero, por el Gobierno y los dos sindicatos mayoritarios ha dejado clara la condición de quienes han apostado en los últimos meses por una patética y exclusiva defensa de los Estados del bienestar. Es urgente retratar la condición de esa apuesta y la precaria situación en que, por mucho que quieran ocultarlo, han quedado sus promotores.
JPG - 96.7 KB
Ilustración: Martin León Barreto.
1. Un primer rasgo interesante de la propuesta es la convicción de que al capitalismo que padecemos conviene darle otra oportunidad. La idea de que es reformable de la mano de una suerte de vuelta atrás que permita reconstruir la regulación perdida al calor de las ofensivas neoliberales llena el discurso de los dirigentes de la izquierda política, los burócratas sindicales y los economistas aparentemente críticos. Parece, sin embargo, que predican en el desierto, toda vez que quienes cortan el bacalao del capitalismo realmente existente tienen proyectos diferentes. Aunque acaso hay quien, a estas alturas, aspira a crear una nueva y civilizada burguesía...
2. El contenido preciso de la oferta principal de estas gentes es lo que ha empezado a llamarse antineoliberalismo, una fórmula que responde a un propósito obvio: esquivar el término, mucho más gráfico y consecuente, de anticapitalismo. No es ésta una opción terminológica azarosa: la demanda expresa de reconstruir la regulación perdida reclama una contestación del proyecto neoliberal, pero nada dice de la conveniencia de ampliarla al proyecto capitalista como un todo.
Así, toda la apuesta se concreta en el reflotamiento de nuestro maltrecho Estado del bienestar. Este último es una forma propia del capitalismo, manifiesta únicamente en el Norte desarrollado. Quienes se agarran a semejante columna olvidan, por lo demás, que no estamos en la Suecia de 1960, y que la consideración cabal del escenario general planetario –económico, social y ecológico– obliga a ir más allá. No sólo eso: la propuesta “re-reguladora” ignora que los fundamentos, aparentemente razonables, de muchas de sus concreciones se desmoronan cuando se toma nota de quiénes habrían de gestionarla.
El uso de la fórmula ‘antineoliberalismo’ responde al propósito de esquivar el término ‘anticapitalismo’
¿Cuáles serán, por ejemplo, las virtudes de una banca pública dirigida, desde el Gobierno, por socialistas o populares? ¿Es razonable que se nos explique que para mantener la productividad no hay que bajar los salarios, sin asumir antes un ejercicio de cuestionamiento radical del propio concepto de productividad? Para que nada falte, la posición, dramáticamente defensiva, que invita a cuestionar sin más las medidas antisociales aplicadas por nuestros gobernantes se asienta sibilinamente en una patética aceptación de la bondad y presentabilidad de lo que había antes de esas medidas.
3. En el terreno político parece claro, más allá de la fanfarria retórica, cuál ha sido la apuesta, bien plasmada en lo que han acariciado, en particular, los dirigentes de IU, obsesionados con la idea de atraer a los votantes socialistas desencantados. Como quiera que a estas alturas es imposible apreciar en el PSOE algo que huela a un proyecto socialdemócrata, nada mejor que procurar el asalto del espacio que ha quedado vacío. Se trataría de forjar una mayoría de izquierdas –es sabido que se trataría de una minoría, pero olvidemos ahora esta cuestión trivial– que, según la palabrería al uso, obligase a reorientar el sentido general de las políticas oficiales.
En ese proyecto, que debía contar con el apoyo de las direcciones de CC OO y UGT, y que disfrutaba de un eco nada despreciable en algunos medios de comunicación, estaban particularmente interesadas las cúpulas dirigentes de siempre, deseosas de buscar una salida airosa para su delicada posición laboral. Sólo podía aportarse un dato fehaciente –tan fehaciente como miserable– en provecho de la racionalidad de tal proyecto: la izquierda política era consciente de su nula capacidad de movilización.
Sorprende la candorosa ingenuidad de quienes confiaron, al parecer a ciegas, en las cúpulas de CC OO y UGT
4. Más allá de su liviandad de origen, el fracaso de la estrategia política mencionada se debe, ante todo, a la defección final protagonizada por las cúpulas de CC OO y UGT. Sorprende la candorosa ingenuidad de quienes confiaron, al parecer a ciegas, en estas últimas. Y sorprende porque estaba cantado qué son esos dos sindicatos –dos pilares fundamentales del capitalismo realmente existente– y cuáles son sus limitaciones una vez conocida su estrecha dependencia de la financiación estatal. La negativa general de IU a sumarse a las movilizaciones contra el pensionazo convocadas el 27 de enero –asentada en su rechazo de toda crítica formulada contra CC OO y UGT– es un retrato cabal de las miserias que abraza la dirección de una coalición que ha quedado con el culo al aire sin que, al parecer, ello haya suscitado ni dimisiones ni autocríticas.
5. Entre tanto, y en el proyecto de estas gentes, la izquierda social –admito desde ya los equívocos que el término arrastra– sólo interesa, en el mejor de los casos, como un posible, pero prescindible apoyo externo. Ni se escucha lo que dice, ni se va con ella a ninguna parte. El grueso de los movimientos sociales alternativos, la totalidad del sindicalismo resistente y amplios segmentos de la izquierda radical viven en un mundo muy alejado. Su sintonía cognitiva y emocional con la izquierda política es, hoy por hoy, y afortunadamente, nula. Las apuestas principales de la izquierda alternativa –la creación de espacios autónomos, el despliegue de formas de democracia de base autogestionaria, la contestación del orden de propiedad del capitalismo y el rechazo de las lógicas del crecimiento y del consumo– no interesan ni a las cúpulas políticas, ni a las burocracias sindicales, ni a los economistas antineoliberales, empeñados, sin más, en organizar el sistema de forma distinta sin pujar por salir de él. La interesantísima opción de todas estas personas las ha mantenido lejos, eso sí, de la represión que padece buena parte de la izquierda social.
6. Para las gentes que me ocupan –ancladas patéticamente en la defensa de esa broma pesada que es el desarrollo sostenible–, la crisis ecológica no existe. Nada lo certifica mejor que el hecho de que ni siquiera se invoca retóricamente. El olvido del relieve ingente de lo que se nos viene encima no sólo es pan para hoy y hambre para mañana: constituye un fundamento mayor de explicación de por qué nuestros amigos siguen concibiendo que todos los cambios deben registrase dentro del capitalismo y de sus reglas. Qué excelsa paradoja es la que nace del hecho de que, hoy, sea la crisis ecológica la que, sumada a las contestaciones de siempre, obliga a pelear con radicalidad por un proyecto que implique salir del capitalismo con urgencia.
La izquierda social sólo interesa, en el mejor de los casos, como un posible, pero prescindible apoyo externo
7. Hay que dejar constancia de dos hechos finales. El primero subraya que el proyecto que hemos procurado mal retratar ni siquiera puede invocar para sí eso que hace años se llamaba legitimación por la eficacia: constituye en estas horas, antes bien, un formidable fiasco material. El segundo señala que, sorprendentemente, la certificación de lo anterior no ha conducido a su inmediato abandono.

0 comentarios:

Publicar un comentario