HERRAMIENTAS PARA EL ANTAGONISMO
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El lento tejer de redes movilizadoras
La enésima crisis terminal del capitalismo se salda, por ahora, con un muerto bien vivo, y unas izquierdas boqueando, como evidencian sus tremendas dificultades para lograr movilizaciones amplias. Este escenario también es el de los movimientos sociales de base, a los que, quizás, les convendría revisar el filo y pertinencia de sus arsenales y repertorios de intervención. Abrimos un debate.
MIGUEL MARTÍNEZ / Activista y profesor de sociología de la UCM*
Viernes 4 de febrero de 2011. Número 143
- Ilustración: Emma Gascó.
En Democracia Charles Tilly postulaba que las conquistas de derechos y capacidades sociales se gestan y obtienen durante largos períodos de tiempo, mientras que es muy probable que su pérdida sea brusca, repentina. Peor aún, ninguna sociedad debería jactarse de la irreversibilidad de sus mejoras del ‘bien común’ pues siempre amenazan las élites dominantes con destruirlas, y las llamadas ‘crisis’ son su mejor excusa para ello. La aparente fugacidad de los eventos revolucionarios sólo respondería, pues, a una lenta fermentación de organizaciones opositoras o de agravios.
De ahí el doble sino de los movimientos sociales emancipadores: un lento tejer de redes sociales que intentan revertir las dominaciones actuales a la vez que resisten los embates de las fuerzas retrógradas. ¿Cómo combinar, pues, esas necesarias alianzas movilizadoras y las operaciones ‘defensivas’, en un contexto de diversidad de interpretaciones y de vivencias, de dispersión organizativa y de múltiples contradicciones en la sociedad civil y, sobre todo, de la penetración capilar de los intereses de los capitalistas globales en todas nuestras vidas, instituciones y espacios?
Estrategias inclusivas
Como es evidente, las respuestas varían mucho según cada grupo o movimiento, y también según los contextos locales, metropolitanos o estatales. Sin embargo, a mi juicio, un exceso de particularismo en esa ‘voz’ pública puede conducirnos a lo que Albert Hirschman denominaba “salida”: una huida hacia dentro –sectarismo– o hacia delante –vanguardismo– descuidando ese “lento tejer” de lo colectivo en su doble faceta.
Ensayemos, por lo tanto, estrategias desde nuestros propios ámbitos que puedan ser inclusivas de ámbitos afines. Desde los centros sociales autogestionados –okupados o con distintos regímenes de tenencia– los retos podrían enunciarse con nuevos interrogantes: ¿Cómo coordinar entre sí las luchas sociales que los atraviesan, dentro de cada centro social y con otros centros sociales?; ¿cómo formar y fidelizar una base amplia de activistas?; ¿cómo señalar conflictos que trasciendan a los núcleos de activistas, catalizando simpatías y apoyos más generales?; ¿cómo legitimar un mínimo conjunto de espacios propios, autónomos, persistentes, aunque porosos al uso y la reapropiación de cuantos los enriquezcan?
Estos retos no apuntan tanto a una ideología o utopía compartidas en calidad de eje motivador de los/as activistas, como a una comprensión de la sociedad en términos de sus lógicas de agregación y de cambio. En los centros sociales, según Hans Pruijt, se capacitan y potencian –aún inestables– formas de vida alternativas a las pautas dominantes, se experimenta una socialización en la democracia directa con todas sus virtudes y limitaciones, se satisfacen necesidades básicas negadas por el Estado o los mercados.
En términos de Tomás R. Villasante, se constituyen “grupos motores” que auscultan las necesidades sociales de su entorno, que parten de la cotidianidad para desplegar estrategias creativas de oposición, protestas y propuestas. Cada vez más habitados por colectivos más variados, muchos centros sociales han logrado ‘salir del gueto’ y propiciar, poco a poco, la gestación de nuevas complicidades sociales, aunque el precio, con frecuencia, haya sido perder un discurso político propio, identificador como movimiento u organización a semejanza de lo logrado por las asociaciones vecinales o ecologistas.
¿Qué líneas de trabajo político, en ese sentido de reapropiación y producción de lo común, se abren hoy a los centros sociales?

Por ejemplo, las comunidades de ayuda mutua entre los colectivos más subordinados –en Madrid: Instinto Precario o Ferrocarril Clandestino–, las iniciativas de autoempleo social y cooperativización sin trabajo asalariado, las luchas anti privatización en los servicios públicos, los comités de huelga, etc.


El Mundialito Antirracista de Alcorcón, por ejemplo, la semana de lucha social del Rompamos el Silencio (RES) y la reciente iniciativa del Patio Maravillas y otros colectivos “contra el expolio de lo común”, si ilustran cómo fortalecer esos vínculos. Una campaña por la despenalización de la okupación auguraría semejantes efectos.

Los centros sociales siguen siendo nodos básicos de enlace de distintas luchas. Lo han hecho, hasta ahora, desde los pilares de la autogestión y el antiautoritarismo; dinamizando, sobre todo, a la población de su entorno más inmediato. Según lo argumentado aquí, su propia lucha se enfrenta ahora al dilema de ampliar su territorio para incidir en los conflictos sistémicos más relevantes y renovar –y reforzar– las alianzas de afinidad que puedan dotar de consistencia a una onda larga de movilización social anticapitalista.
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